lunes, 7 de julio de 2008

A veces los poetas se pelean.


Siempre pensé que los poetas eran seres divinos cantando con su lira por ahí en el Parnaso llenos de flofripondios en el pelo y con los ojos llenos de estrellas mientras querían morise de amor paliduchos sobre la tumba de su amada.
Pues resulta ¡oh decepción! que no, que son como tú o yo que no somos poetas y se cogen cabreos monumentales y se pelean por quítame allá esa paja.
Eso le ha pasado a unos amigos míos y se andan tirando poemas a la cabeza con toda la intención de hacerse la pitera más gorda posible a ver quien sangra más.
Esto no es nada nuevo y peleas verbales a base de poemazos los ha habido toda la vida.

Os pongo aquí un articulode Carla corpua muy divertido respecto al tema que espero que lean aquí estos amigos a los que aprecio sinceramente. Y sobre todo espero que se sigan peleando muchos años.



Las peleas entre poetas tienen un carácter particular debido a la intensidad de las pasiones en juego y a las ofensas indescifrables que las motivan. Los que observan el estallido del conflicto, que suele ocurrir inesperadamente ante testigos casuales, casi nunca entienden el alcance de la profunda animosidad que alienta en él. Pues los demás ignoran los largos antecedentes del choque: las sutiles ofensas no intencionadas que han venido soportando ambas partes sin chistar, las repetidas postergaciones concedidas por la ilusión mutua de una amistad verdadera cuando esta ya ha empezado a sufrir menoscabo, el remoto origen de la relación en un encuentro apasionado, cuyo encanto resiste toda la aventura del mutuo reconocimiento y la celebración correspondida, pero que se va ahogando en la paulatina revelación de los insoportables defectos del otro. Son peleas que serán recordadas y narradas por sus testigos debido a que, cuando la explosión no se desarrolla enteramente en el terreno de las agresiones físicas y alcanza a envolver también a los ingenios y talentos verbales de los protagonistas comprometidos en ella, suele dejar huellas históricas citables y entretenidas. Como la ofensiva descripción del otro Pablo atribuida a Neruda, cuando lo llamó "carabinero furioso". Quevedo movilizó todas las formas poéticas para insultar a Góngora: sonetos, letrillas, coplas, sátiras, décimas. "No hay música donde estén / vuestros inmundos trabajos, / que si suenan bien los bajos / los triples no suenan bien". "Son tan sucias de mirar / las coplas que dáis por ricas, / que las dan en las boticas / para hacer vomitar". Las respuestas gongorinas suelen ser parejamente insultantes aunque bastante más oscuras, para suerte de su agresor. Se puede suponer que las discordias y guerras poéticas alcanzan estos extremos de animosidad debido a que los poetas se permiten expresar sus emociones sin controles; o, más aún, porque cultivan un corazón al que constantemente le permiten chorrear un contenido variopinto no vigilado por cálculo, regla o medidor alguno. El poeta, durante su actividad, se mantiene más bien absorto en la producción externa de la selva íntima de su sentir, en decirla primero, sin vigilancia, en el lenguaje de todos usado de otra manera. Luego, ya algo más tranquilizado, elaborará lo menos silvestre, o lo más potable, de la primera exteriorización de su entrañable volcán. Pues la poesía reside, propiamente, en el resultado de la segunda etapa, con la condición de que la reelaboración no ahogue nunca del todo la lava inicial. Lo que el poeta adora es la continua actividad dedicada a su producción en contraste con lo terminado que reposa tranquilo entre sus límites. No le gustan las cosas firmes y establecidas, las formas ya arribadas a su estado definitivo, sino el hacer y el deshacer, la inquietud que ahora último es llamada el trabajo. La fiebre convertida en salud. Por eso, cualquier cosilla insignificante que viene de otros lo encuentra siempre en pie de guerra. Entre las peleas de los poetas vale la pena recordar una de Ezra Pound. Enfurecido desafió a duelo a un poeta menor, Lascelles Abercrombie, porque, como explicó Pound: "La estupidez llevada más allá de cierto punto se convierte en una amenaza pública". El derecho a elegir las armas correspondía a Abercrombie, que propuso "apedrearse mutuamente con los ejemplares no vendidos de sus libros."



Suplemento Artes y Letras, El Mercurio, domingo 27 de abril de 2008.

2 comentarios:

Néstor Morris dijo...

Bleti

Desde tus locos hasta esta "crónica" sobre disputas poéticas, pasando por tu hermosa voz y decir, todo me resulta de muy buen tino, sin desperdicios.

Ojalá muchos caminen tu senda reflexiva.

Un abrazo

Bletisa dijo...

Mis "locos" me han enseñado a tomarme la vida un poco en broma Nestor y te aseguro que sólo la enfermedad me asusta y me preocupa de verdad.
Gracias por acercarte a este desastre que empieza a divertirme.