miércoles, 29 de abril de 2009

MANIFIESTO ( LUIS MORALES)

Este articulo lo ha recomendado Batania en su blog. No tiene desperdicio y lo he copiado ampliando la letra para leerlo mejor. Ya que lo tenía copiado, he decidido subirlo al mío.

Manifiesto (una visión de la poesía) http://luigidante.blogspot.com/2009/04/manifiesto-una-vision-de-la-poesia.html

● La realidad no existe.
● La poesía debe reflejar esa realidad inexistente.
● La realidad no existe como entidad tangible y unívoca. Cada uno de nosotros tiene una intuición limitada y convencional del mundo y de los elementos que lo conforman. Cada parcela de realidad, aquella que a menudo presumimos conocer de buena tinta, no es más que una mentira personalizada por nuestras propias experiencias. Cualquier suposición preestablecida, cualquiera de nuestras habituales generalizaciones sobre el mundo o la vida suele llevarnos de inmediato al error. Las ideas, los objetos, las pasiones, los hechos, la conceptualización y el recuerdo de todo lo que nos rodea son y serán esencialmente distintos para cada uno nosotros. La realidad nunca será la misma para un doctor de la Sorbona que para un analfabeto, nunca lo será para un cristiano, un judío un budista o un musulmán. Mi realidad poco o nada tiene que ver con la de un turista japonés o la de un subsahariano que ha sobrevivido a las pateras. La realidad es necesariamente diferente para el que disfruta de su trabajo, para el que acaba de perderlo o para el desempleado de larga duración. Nunca será la misma para la madre que contempla a su recién nacido y para la que lo ha perdido. Y aún así sigo generalizando, porque como individuos, todos somos diferentes. Por lo tanto (incluso prescindiendo de la idea de una realidad ajena al conocimiento de la misma, una realidad en sí) habrá al menos tantas realidades posibles como individuos existentes. En otras palabras: no existe una sola realidad.
● La poesía debe reflejar esa realidad múltiple.
● Pero es que la cifra de realidades crecerá de manera exponencial si nos contemplamos a nosotros mismos como un proceso continuo de experiencias, comportamientos y reacciones a lo largo del tiempo. Unamos el ser sincrónico al ser diacrónico. Yo soy el que soy. Ahora mismo, en este instante. Pero ya no soy el mismo yo que hace un minuto, una hora, y no digamos que hace un año, que hace diez, o veinte. Definiría nuestra propia existencia comparándola con la enunciación más primaria del cine (o de la televisión) como imagen en movimiento: somos una sucesión de cuadros que, pasados a la velocidad adecuada, engañan a la capacidad retentiva del ojo y crean una sensación de imagen real. Nuestro concepto de entidad individual es, por lo tanto, ilusorio.
● La poesía debe reflejar esa realidad intangible y caleidoscópica.
● De entre todos los momentos y experiencias que nos toca vivir, sólo hay uno que existe con toda certeza: la muerte. El mecanismo humano que permite obviar ese destino inevitable es la búsqueda de la felicidad. Las religiones más frustrantes y el hedonismo, el vade retro y el carpe diem han tenido su fuente común en este afán de evasión y/o trascendencia.
● La poesía debe reflejar esa realidad de caminos opuestos que a menudo se entrecruzan.
● En su origen la poesía se utilizó como un instrumento de comunicación. En un mundo estrecho en el que las vidas se circunscribían a un lugar muy concreto y sus alrededores, la poesía se constituyó como el medio más eficaz para transmitir a los pueblos las gestas, las acciones y más alejadas en el espacio o el tiempo, personificadas en arquetipos y héroes.
● La poesía debe reflejar esa realidad narrativa, debe resolverse en crónica.
● Pronto la poesía alcanzó una dimensión lírica que convivió con la narrativa, una forma de adentrarse en el mundo de las sensaciones. Los poetas accedieron a su territorio íntimo y versificaron sobre amor y amistad, gritaron de odio o de dolor y difundieron entre las gentes la importancia de tantas otras pequeñas grandes cosas, haciéndolas trascender.
● La poesía debe también reflejar esa realidad mistificadora.
● La rima se estableció como un dispositivo nemotécnico de refuerzo. La repetición rítmica ayudaba a los juglares en ese proceso de transmisión narrativa esencialmente oral. Pero poco a poco la poesía fue filtrándose desde su aspecto popular hacia lo culto. La escritura de la poesía no sólo no hizo desaparecer la necesidad métrica sino que la exacerbó admirablemente hasta la extenuación barroca.
● La poesía debe reflejar esa realidad metafórica, metonímica y sesgada, aunque sólo sea como modelo de esfuerzo y perfección.
● Pero sólo los poetas de rima fácil llegaban al pueblo. El clasicismo dieciochesco sirvió para calcificar las estructuras cartesianas. La posterior oleada romántica barrió las temáticas y los sujetos poéticos, pero no las formas. El pronombre personal de primera persona acentuó de manera definitiva su presencia en el poema. Nuestros días siguen siendo herederos de aquellos. Por otra parte la aparición de nuevos modelos de escritura fueron arrebatando a la poesía su valor narrativo. La poesía iba perdiendo fuelle, centrada en el yo, en el sentimiento, en la exquisitez del pensamiento y la exigente estilización del lenguaje. La novela y la no ficción comenzaron a comerse un terreno que hoy tienen ganado por completo.
● La poesía debe reflejar esa realidad exhausta y prosaica, y siempre luchar en su contra, como una norma de supervivencia.
● Las vanguardias hicieron mucho para romper con las costumbres fosilizadas, funcionaron como bombas de relojería dispuestas sabiamente en los cimientos de la tradición: aceptaron que el mundo cambiaba, o mejor, que el hombre y su tecnología cambiaban el mundo. Forzaron, desgajaron, mestizaron, inventaron de nuevo el lenguaje en sesiones de inolvidable traición a todo lo anterior. El problema de las vanguardias fue precisamente esa falta de respeto que se tuvieron a ellas mismas. Cada vez que surgía una propuesta nueva arrancaba de cuajo los presupuestos de la inmediatamente anterior. Puede que la rueda hubiese dado unas cuantas vueltas más, pero la Gran Guerra acabó con los experimentos.
● La poesía debe reflejar esa realidad ácrata, experimental e indecente capaz de asesinar a sus padres, esa capacidad de buscar el arte por el arte, como otra visión espléndida del futuro.
● Desde entonces hasta nuestros días la poesía se ha visto una y otra vez zarandeada por los acontecimientos y las tendencias: social, escapista, existencialista, hiperrealista, arcaizante, comprometida, del absurdo, de la experiencia… En cierto modo se ha democratizado. Ya no sólo escriben cuatro niños ricos con el tiempo y el dinero necesarios para escribir y seguir viviendo. Se ha enriquecido con impactos sensitivos nuevos procedentes de la música popular, del cine, de la televisión, de internet… Se ha reconocido en la voz, en la letra de los otros, gracias a una difusión editorial sin precedentes que nos permite, por ejemplo, leer los versos de un poeta de Trinidad y Tobago o de Palestina. Se ha normalizado: las mujeres han dejado de ser receptores para pasar a la acción, ya no son bichos raros y excepcionales, han pasado de ser poetisas a recoger su merecido nombre de poetas. Todos estos y otros muchos aspectos parecen sugerir una existencia dulce y placentera del hecho poético, pero la verdad es que no es así. En un mundo hipercapitalizado y consumista, propenso al entretenimiento fugaz y a las digestiones rápidas, la poesía no parece encajar del todo. Entonces, ¿por qué seguimos escribiendo poesía?
● La poesía debe reflejar esa realidad incontestable.
● No hay trucos ni fórmulas mágicas que puedan guiar al poeta en su camino. Es probable que cualquier intento de generalización de unos hábitos de comportamiento pueda resultar, cuanto menos, presuntuosos. Así que lo que aquí se refleja puede considerarse, más bien, como una serie de propósitos e impulsos motrices que intento seguir cuando pienso en la poesía.

● El verdadero poeta debe ser consciente de que lo que hace no es un mero entretenimiento para ocupar los ratos libres sino su verdadera profesión (difícilmente remunerada, eso sí). Se es poeta veinticuatro horas al día, no sólo en los momentos de descanso.
● El poeta debe estar siempre ansioso de conocer todos los detalles del mundo. Debe comportarse como un niño que empieza aprender, a tocar las cosas por primera vez, a olerlas. Como el niño, debe interesarse por lo que desconoce y preguntar con insistencia hasta resolver sus dudas.
● El poeta nunca puede dejar de leer en general, y mucho menos, dejar de leer a otros poetas y escritores, de todas las épocas y lugares, de todos los estilos y características, incluso a los que aborrezca, por dos razones: porque la lectura incita y estimula las reacciones creativas de nuestro cerebro; y porque el conocimiento de lo que han escrito los demás evitará que volvamos a decir lo que ya otros han dicho.
● De una forma paralela el poeta debe empaparse de todo lo que le rodea: música, cine, televisión, teatro, internet, tendencias y modas que nos definen en el momento histórico que vivimos. Presumir de no leer, no ver películas o no dejarse influir por nada externo equivale a decir que lo que hacemos y/o escribimos surge de nuestro genial y autosuficiente yo. Y eso es ridículo.
● El poeta debe, por la misma razón y en la medida de lo posible, viajar por el mundo buscando experiencias y aspectos distintos de la realidad caleidoscópica.
● Asimismo, no puede dejar de escuchar la voz de los demás. El poeta debe respetar (aunque no necesariamente compartir) el instinto poético de sus contemporáneos. Además debe recitar en público lo máximo posible para escucharse a sí mismo, pero sobre todo para comprender cómo lo escuchan los otros. Y siempre hacerlo desde la humildad. Las malas críticas tienen que engrandecer al poeta, que nunca debe tirar la toalla. Al contrario, habría que aceptar la buenas críticas como el reconocimiento a un trabajo bien hecho, escapando a toda tentación de vanidad, a la que tan propensos somos cuando nos adulan.
● El poeta debe buscar la felicidad (esa sensación efímera, fugaz) a través de su poesía. Y si es capaz de transmitir esa felicidad (que desde luego está en las pequeñas cosas) mucho mejor.
● Por último, el poeta debe jugar con todos los medios a su alcance para enriquecer el lenguaje de su poesía. Creo que la tendencia actual, que trata de soltar lastre, de aligerar todo lo supuestamente superfluo para quedarse con la idea, con los huesos, con la esencia de aquello que se quiere decir en el poema, no es más que una excusa que intenta encubrir un patente y generalizado empobrecimiento en el uso del lenguaje. Propongo el proceso inverso sin llegar a las quimeras barrocas: el poema debería ser un reflejo de nuestros procesos cerebrales, una especie de work in progress. Mientras escribo estas frases noto el olor de mi chica y al mismo tiempo siento ganas de ir al baño y recuerdo el sabor del filete de pollo del mediodía al mismo tiempo que escucho el último U2, que viene en oleadas finas que proceden de la casa del vecino, filtrado por la lluvia en la ventana y recuerdo que hace años estuve en L´Aquila, mucho antes del terremoto, y me pregunto cómo funciona el mecanismo, pienso en un verso proboscidio de Rimbaud y en las procesiones que agolpan gente en algunas calles de mi ciudad y tengo una imagen sexual que me viene como un dejà vú o un bostezo, un pequeño sueño despierto, una ilusión o un escalofrío que me reconoce en el insulto a la pantalla del ordenador, impaciente y desquiciado. El hecho de conseguir este proceso de transmisión: alcanzar este puente, este punto quizá sea lo más cerca que vamos a estar nunca de nuestro propósito: mentir, reflejar la realidad. Y aunque no lo parezca, ese lenguaje interno, que es el de nuestro pensamiento, es mucho más complicado y rico que el lenguaje externo y conversacional.
● Rimemos entonces, pero no por costumbre, sino porque la realidad que intentamos dibujar lo reivindica, o dediquémonos al verso libre o al poema en prosa, pero no por costumbre, sino porque no necesitamos la estructura para encontrar el ritmo obligatorio, insertemos todas las palabras del mundo, busquemos en nuestros diccionarios, exploremos todos los significantes, todos los significados, juguemos con las palabras, rompámoslas, inventémoslas, porque al inventarlas estaremos creando nuevas realidades, y adoptemos términos de otros lugares, peleemos por el mundo, en contra de las injusticias del mundo con palabras y palabras y palabras y sin miedo sin miedo sin miedo conozcamos, vibremos con los extranjerismos, los tecnicismos, los anacolutos. Incluyamos nuestro amor, nuestro dolor, nuestro aburrimiento propios e intransferibles, pero convirtámoslos en personajes de la narración poética, mintamos diciendo que los poemas somos nosotros mismos, pero nunca dejemos que lo sean. Recitemos, cantemos, fundemos nuestra poesía en una mezcla de géneros y disciplinas que promuevan el entretenimiento, pero busquemos siempre extrañar al público y al lector, exijámosles tanto como nos exigen a nosotros, levantemos barreras de dificultad salvables para aquellos que realmente estén interesados en captar el mensaje y será entonces cuando a estos últimos podamos hacerlos, ahora sí, definitivamente, cómplices de nuestra voz, de nuestra felicidad, de nuestra lucha o de nuestro odio.

● La poesía debe reflejar esa realidad.
● La realidad que no existe.
PD. Como suele ocurrir, es posible que yo mismo no consiga del todo predicar con el ejemplo. Pero al menos, os lo aseguro, cada día lo intento.
Luis Morales

5 comentarios:

Neorrabioso dijo...

Qué buena idea: aquí se lee mucho mejor.

Abrazos.

Hasta pronto.

Gata dijo...

bueno...esto se acerca más a mis creeencias ;))
besos

Bletisa dijo...

Sí, mucho mejor.

Bletisa dijo...

A las mías no del todo Gata pero aún así considero que no tiene desperdicio.

Un beso.

Ángel Sánchez dijo...

No he leído cosa más inconsistente que esta, salvo las múltiples que dicen lo mismo. Hoy, ahora, no tengo ganas de comentar por el propio tedio que me supone entrar en lo insustancial del panfleto.

hasta otro rato.