Este poema escrito Por Fernando de Móndariz lo grabé hace ya mucho tiempo, cuando él lo colgó en el foro de Poesíapura. Es un dardo envenenado lleno de mordacidad y con un saber hacer envidiable.
HIPERHAIKU SOBRE LA MODESTIA.
Yo
ostento
las coronas de los dientes,
los vítores por cientos
de dolores indecibles
pertrechados
sin normas y sin leyes al albur
de tiránicos convulsos,
bien,
sigamos,
decía
que ostento:
el laurel de la modestia,
la oratoria mordaz
que los genios llevan
– llevamos - en los genes
para decir lo que digo
sobre el orbe
o a lo que nadie se atreve
de los nómadas:
sus ausencias de raíces,
sus amorfos bandidajes,
su extraño desamor
por los alambres que amordazan
la lengua de sus pasos
o perorar
del azul que los pendejos
pergeñan-mos en los papiros,
tal fuera:
¡Oh maremotos de tu boca
por mis ingles desdichadas,
qué tremendo error de la Natura
hacer en mí su llagada hecatombe
de hojarasca!
¡Oh, malditos,
malditos escuadrones de vencejos
que osáis
lamer otras fronteras,
otros labios,
otros muslos,
mientras aquí – en mi edén –
lo umbrío
renace y renace en mis huesos
tristemente andrajosos
sin que ella,
isla entre las islas,
sepa de mí ni de mis cosas!
Y tal y tal de las ciudades
grises de cemento,
oscuras de harapos en los jardines,
desgraciadas como ángeles caídos
en el cristal o en los diamantes,
que sucios
son devueltos al artesano
primigenio.
Ah, amigos,
amigos,
ah amigos míos,
qué angustia saberse mágico
y no tener dotes ni papeles
ni libros en que escribir
los memorandos, los informes,
las sentencias, las instancias
que me den lo que fuera tan mío
sí, tan mío y sólo mío.
Yo, el que posee la cadencia,
el ritmo,
la voz atrevida ante el espejo,
la audacia de adentrarme en los charcos,
la filosa manera en que los héroes
acorazan-mos el discurso
con la lógica de la química,
de la ética,
con la fuerza
de las grandes catedrales
cuando lloran
pérgolas o dinteles o arbotantes
en las plazas,
yo,
os lo juro,
tengo la razón de las razones,
de todos estos y de aquellos
que dibujan sus nombres
en las tapias antianuncios,
que ensalzan con oros
e inciensos sus estatuas
o se creen
diositos de los versos.
Yo – creedme, por dios -
– creedme –
soy lo que soy
por decreto de un idiota,
porque así son las fábulas
en donde un soplido hace música
¡oh acémila sabiduría de los coros!
Creedme,
os lo ruego,
creedme,
yo soy como vosotros,
vamos,
no como vosotros,
so gentiles,
más que fatuos,
so mindundis,
cuando digo que soy como vosotros
no es exactamente como vosotros,
sino como ellos
¿Me entendéis?
¡Como ellos!
¡Ah, estas perversas divinidades de los cielos,
esos monstruos,
estos vestiglos o íncubos
o súcubos o títeres
o irredentos peregrinos de salón
o a saber qué o cómo definirlos,
a qué estas insidias - os indago -
a qué ser tan malitos, a qué no,
a qué sí…!
Yo,
protegido por los hados,
sin la falsa modestia del que vence,
tengo los versos
incalculables de grandezas,
de grandezas grandes de grandezas,
poemas opíparos de figuras,
por ejemplo: de metáforas, metonimias, elipsis,
sinapsis, cilindros, ecuaciones, verbigracias,
vigilantes ostentosos, carroñeros desdentados,
figurantes de torpezas,
tramoyistas hechos o deshechos a la penumbra
de mi éxito loado por la historia,
pero en fin si se mueve pues se mueve,
for example:
¡Tú,
sí tú,
eres un ilustre literato
tanto como sordo
era Bethoven
más no tan creativo!
Yo,
tan prolífico de excesos,
tan dado a los jolgorios,
tan promiscuo por la carne
– bueno, quizás eso no –
más sí combatiente
ante los buitres más abyectos
y este otrosí
siempre alertado a las palmas,
a los vinos, a los vinagres, a la sal
que entra en las llagas,
a los trinos sociales del gentío
alabando mis triunfos y mis proclamas,
porque siempre estoy dispuesto
a la simple realidad de la frecuencia
tan frecuente de la excelsa patadilla
en el culo y disculpen – sus mercedes -
tan poéticas y sutiles coprolalias,
...si acaso.
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