Vivir en provincias es una mierda. Bueno, es cómodo porque todo está cerca y no tienes que elegir por donde pasear porque sólo hay una calle larga donde te encuentras a todo el mundo tenga la cara que tenga.
No es que los de provincias tengamos una cara diferente que los de las grandes ciudades, ni llevemos boinas caladas hasta una única ceja, no.
Las ciudades son todas más o menos iguales ahora, con centros comerciales iguales, franquicias de tiendas exactamente iguales y parejas entraditas en años que acaban de ser padres, pero parecen abuelos, paseando carritos con niños exactamente iguales vestidos con marcas iguales.
Es estas ciudades pequeñas lo que pasa es que nos conocemos todos y nos aburrimos de vernos y de conocer la vida del otro casi hasta el detalle. Ni siquiera podemos fantasear imaginando la vida de los demás porque resulta que fuimos al mismo colegio, al mismo instituto y nos casamos unos con otros cuando éramos de la misma pandilla .
Es un asco saber de divorcios y de sus motivos, de la fortuna o infortunio de todos y cada una de esas caras que pasan por tu lado y te saludan la más de las veces con desgana porque ya te han visto cuatro veces en dos horas y están tan hartos y aburridos como tú.
Lo pero de todo es que como a todos nos pasa lo mismo pues nos escapamos de vez en cuando por ahí lejos, a grandes ciudades como Madrid o Barcelona y a Roma y a París, pensando que tan lejísimos no nos encontraremos las mismas caras y el anonimato nos dejará respirar.
Nada más lejos de la verdad.
Se te cae el alma encima cuando en la Quinta Avenida en Nueva York alguien cargada de bolsas te asalta para decirte:
¡Anda, tú eres de Zamora!
Ayss.